Actualizado 13/08/17
¡Hola Heroes!
¡Hola Heroes!
¿Cómo estáis? Yo desaparecida, aunque pronto espero dejar de estarlo y subiros una reseña, porque encuentro mucho a faltar leer un libro y subiros la reseña.
Así que como disculpas os traeré las primeras 50 páginas de LORD OF SHADOWS en ESPAÑOL, traducido por mí, creo que esto se esta haciendo tradición traeros algo traducido de la saga de Cazadores de Sombras hahahah o sinceramente espero que se haga tradición.
Después de un buen tiempo, por fin os traigo el PRIMER, SEGUNDO y TERCER CAPÍTULO, en resumen, aquí tenéis las PRIMERAS 50 PÁGINAS DE LORD OF SHADOWS.
Después de un buen tiempo, por fin os traigo el PRIMER, SEGUNDO y TERCER CAPÍTULO, en resumen, aquí tenéis las PRIMERAS 50 PÁGINAS DE LORD OF SHADOWS.
Avisaré por Twitter (que lo podéis encontrar a la parte derecha) y quizás por Instagram (que también esta al lado derecho).
Sabréis que hay contenido nuevo, cuando en esta misma entrada encontréis en la parte superior esto: Actualizado día/mes/año.
Me encantaría saber vuestra opinión acerca de las cosas que traduzco, si os gusta Cazadores de Sombras tanto como a mí y ¡sobretodo si disfrutáis de lo que traduzco para vosotros/as!
1
Aguas tranquilas
Kit había descubierto
recientemente lo que era un mayal (1), y ahora había un estante de ellos,
colgando encima de él, brillantes, puntiagudos y mortales.
Nunca antes había visto nada
semejante en la sala de armas del Instituto de Los Ángeles. Las paredes y
suelos eran de un color granito de plata blanca, y las islas de granito rosa se
elevaban a través de la habitación, haciendo que todo el lugar fuera como una
exhibición de armas y armaduras en un museo. Había báculos y mazas, bastones
para caminar inteligentemente diseñados, collares, botas y chaquetas rellenas
disimuladamente de cuchillos delgados y planos preparados para apuñalar y
lanzar. Los luceros del alba (2) estaban cubiertos por peligrosos clavos, y
había distintos tipos y tamaños de ballestas.
Las islas de granito estaban
repletas de instrumentos brillantes, tallados en adamas, una sustancia parecida al cuarzo, que los cazadores de
sombras extraían de la tierra y que solo ellos sabían convertirla en espadas,
cuchillas y estelas. Cosa que le parecía más interesante a Kit que el estante
que sostenía las dagas.
No tenía un particular deseo en
aprender cómo se debían usar las dagas - nada más allá del interés general que
imaginaba que la mayoría de adolescentes tenían en las armas mortales, pero aun
así, preferiría una ametralladora o un lanzallamas. Pero las dagas eran una
obra de arte, sus empuñaduras con incrustaciones de oro, plata y gemas
preciosas - zafiros azules, rubíes en cabujón (3), patrones en forma de
espinas, brillantes, grabadas en platino y diamantes negros.
Podía pensar en al menos tres
personas que en el Mercado de las Sombras las comprarían por una buena suma de
dinero, sin hacer ninguna pregunta.
Quizás cuatro.
Kit se quitó la chaqueta de
mezclilla que llevaba - no sabía a cuál de los Blackthorn había pertenecido; se
había despertado la mañana de después que había ido al Instituto, para
encontrar una pila de ropa recién lavada a los pies de su cama - se había
puesto la chaqueta acolchada y se había encogido de hombros. Se miró en el
espejo del otro lado de la habitación. El pelo rubio estaba despeinado, y el
último moretón estaba desapareciendo de su piel pálida. Abrió la cremallera del
bolsillo interior de la chaqueta y la empezó a llenar de dagas enfundadas,
escogiendo las que tenían las empuñaduras más sofisticadas.
La puerta de la sala de armas se
abrió. Kit soltó la daga que estaba en la estantería y se dio la vuelta
rápidamente. Había pensado que se había ido de la habitación sin que nadie lo
notase, pero si había una cosa de la que se había dado cuenta en este breve
tiempo en el Instituto, era que Julian Blackthorn se daba cuenta de todo, y sus
hermanos no se quedaban atrás.
Pero no era Julian. Era un hombre
joven que Kit no había visto antes, pero algo en él, se le hacía familiar. Era
alto con el pelo rubio revuelto y su constitución de cazador de sombras era -
ancho de hombros, brazos musculosos, y las líneas negras de las runas lo
protegían desde el cuello hasta los puños de la camisa.
Sus ojos eran de un color oro
oscuro inusual. Llevaba un pesado anillo
de plata en un dedo, como lo hacían muchos cazadores de sombras. Arqueó una
ceja mirando a Kit.
“Me gustan las armas, ¿y a ti?”
dijo él.
“Están bien.” Kit retrocedió un
poco hacía una de las mesas, esperando que las dagas del bolsillo interior no
sonaran.
El hombre se movió hacía la
estantería que Kit había inspeccionado y cogió la daga que había dejado caer.
“Cogiste una buena,” dijo. “¿has visto la inscripción de la empuñadura?”
Kit no la había visto.
“Fue hecha por una de los
descendientes Wayland, Smith, también hizo Durendal y Cortana.” El muchacho
hizo girar la daga entre sus dedos antes de colocarla en el estante. “Nada es
más extraordinario que Cortana, pero las dagas como estas siempre regresan a
tus manos después de lanzarlas. Conveniente.”
Kit se aclaró la garganta. “Deben
valer mucho,” dijo él.
“Dudo que los Blackthorns tengan
prevista venderlas,” dijo secamente. “Soy Jace, por cierto. Jace Herondale.”
Hizo una pausa. Parecía estar
esperando una reacción, que Kit no estaba dispuesto a darle. Conocía el
apellido Herondale. Era la única palabra que se le había dicho estas dos últimas
semanas. Pero eso no quería decir que quisiera darle al hombre - Jace - la
satisfacción de lo que claramente estaba buscando.
Jace permaneció tranquilo ante el
silencio de Kit. “Y tu eres Christopher Herondale.”
“¿Cómo lo sabes?” dijo Kit
manteniendo la voz plana y poca entusiasta. Odiaba el apellido Herondale.
Odiaba la palabra.
“Parecido familiar,” dijo Jace.
“Nos parecemos. De hecho, te ves como los dibujos de muchos Herondales que he
visto.” Hizo una pausa. “Y también porque Emma me envió una foto tuya.”
Emma. Emma Carstairs había
salvado la vida de Kit. No habían hablado mucho desde - la muerte de Malcolm
Fade, el Gran Brujo de Los Ángeles, desde ese momento todo había sido un caos. No
había sido la máxima prioridad de nadie, además tenía la sensación que pensaban
en él como un niño pequeño. “Bien. Soy Kit Herondale. Ya me han dicho esto,
pero esto no significa nada para mí.” Kit presionó los dientes con fuerza. “Soy
Rook. Kit Rook.”
“Sé lo que te dijo tu padre. Pero
eres un Herondale. Y eso significa algo."
“¿Qué? ¿Qué significa?” exigió
Kit.
Jace se apoyó en la pared de la
sala de armas, justo debajo de una exposición de espadas pesadas. Kit esperaba
que una de ellas se cayera en su cabeza. “Sé que eres consciente acerca de la
existencia de los cazadores de sombras,” dijo Jace. “Muchas personas son especialmente subterráneos y mundanos con la visión. Seguramente pensabas que
eras uno de ellos, ¿correcto?”
“Nunca pensé que era un mundano,” dijo Kit. ¿Ninguno de los
cazadores de sombras sabía cómo sonaba cuando se usaba esa palabra?
Sin embargo, Jace lo ignoró. “La
sociedad y la historia de los cazadores de sombras - no eran cosas que la
mayoría que no eran nefilims sabían. El mundo de los cazadores de sombras está
formado por familias, y cada una de ellas tiene un apellido que aprecian. Cada
familia tiene una historia, que se pasa de generación en generación. Llevamos
el honor y las cargas de nuestros apellidos, lo bueno y lo malo que nuestros
antepasados han hecho, durante toda nuestra vida. Intentamos estar a la altura
de nuestros apellidos, para que así, aquellos que vienen después de nosotros
tengan cargas más ligeras.” Cruzó los brazos encima del pecho. Sus muñecas
estaban cubiertas de marcas; uno de ellas parecía un ojo abierto en el dorso de
su mano izquierda. Kit se había dado cuenta que todos los cazadores de sombras
tenían uno. “Entre los cazadores de sombras, tu apellido es muy significativo.
Los Herondales han sido una familia que ha determinado los destinos de
cazadores de sombras por generaciones. No quedan muchos de los nuestros - de hecho,
todos pensaban que era el último. Solamente Jem y Tessa tuvieron la fe de que tu existías. Te estuvieron buscando
durante mucho tiempo.”
Jem y Tessa. Junto con Emma,
habían ayudado a Kit a escapar de los demonios que habían asesinado a su padre.
Y le contaron una historia: la historia de un Herondale que había traicionado a
sus amigos y luego había huido, comenzando una nueva vida lejos de los
nefilims. Una nueva vida y una nueva línea familiar.
“He escuchado acerca de Tobias
Herondale,” dijo Kit. “Así que soy descendiente de un gran cobarde.”
“Las personas son imperfectas”
dijo Jace. “No cada miembro de nuestras
familias era genial. Pero cuando vuelvas a ver a Tessa de nuevo, te podrá
contar acerca de Will Herondale. Y James Herondale. Y de mí, por supuesto,”
agregó modestamente. “El cazador que sombras que ha llegado más lejos, soy
grandioso. No trato de intimidarte.”
“No me siento intimidado,” dijo
Kit, preguntándose si el chico era real. Había algo en los ojos de Jace que no
le permitía saber cuándo estaba hablando en serio, era difícil saber cuándo lo
hacía. “Quiero que me dejes solo.”
“Sé que hay mucho que digerir,”
dijo Jace. Extendió la mano para palmear la espalda de Kit. “Pero Clary y yo
estaremos aquí para lo que…”
Al palmearle la espalda cayó una
de las dagas que estaban en el bolsillo de Kit. Se estrelló contra el suelo en
medio de ellos, desde abajo el piso de granito parecía mirarle acusadoramente.
“Bien,” dijo Jace, luego se quedó
en silencio. “Así que estabas robando las armas.”
Kit sabía que no servía de nada
negarlo, así que no dijo nada.
“De acuerdo, mira, sé que tu
padre era un delincuente, pero ahora eres un cazador de sombras y… espera, ¿qué
más hay en esta chaqueta?” exigió Jace. Hizo como una especie de patada con el
pie izquierdo, lanzando la daga hacía arriba. La cogió con cuidado, los rubíes
de la empuñadura brillaban. “Quítatela.”
Silenciosamente, Kit se quitó la
chaqueta y la tiró encima de la mesa. Jace miró adentro y abrió el bolsillo
interior. Ambos contemplaron en silencio el destello de los cuchillos y el de
las piedras preciosas.
“Así,” dijo Jace. “Que estabas
planeado huir, ¿cogiéndolas?”
“¿Por qué debería quedarme?” explotó
Kit. Sabía que no tenía que haberlo dicho, pero no había podido evitarlo, era
demasiado: la pérdida de su padre, su odio al Instituto, la petulancia de los
nefilim, sus demandas para que aceptara su apellido, el cuál no le importaba ni
quería que le importase. “No pertenezco a este lugar. Puedes decirme todo lo
que quieras acerca de mi apellido, no significa nada para mí. Soy el hijo de
Johnny Rook, He entrenado toda mi vida para ser como mi padre, no como tú. No te necesito. No necesito a
ninguno de vosotros. Todo lo que necesito es un poco de dinero para empezar de
nuevo, y así instalar mi propia tienda en el Mercado de las Sombras.”
Los ojos dorados de Jace se
estrecharon, y por primera vez, Kit vio bajo la arrogante y burlona fachada, el
brillo de una aguda inteligencia. “¿Y vender qué? Tu padre vendía información.
Le costó años y mucha magia mala construir estas conexiones. ¿Quieres vender tu
alma de este modo?, ¿así quieres ganarte la vida, al borde del Submundo? ¿Y qué
hay de lo que mató a tu padre? Viste morirle, ¿verdad?”
“Los demonios…”
“Sí, alguien los envió. El
Guardián podría estar muerto, pero no significa que alguien no te esté
buscando. Tienes quince años. Podrías pensar que quieres morir, pero confía en
mí - no lo haces.”
Kit tragó. Trató de imaginarse
detrás del mostrador de la tienda en el Mercado de las Sombras, como lo había hecho
durante los últimos días. Pero la verdad era que siempre había estado seguro en
el Mercado, porque estaba su padre. Porque la gente temía a Johnny Rook. ¿Qué
le pasaría a él si estaba allí, sin la protección de su padre?
“Pero no soy un cazador de sombras,”
dijo Kit. Miró alrededor de la habitación, millones de armas, pilas de adamas, el equipo, la armadura y los
cinturones de armas. Era ridículo. No era ningún ninja. “Ni tan siquiera sabría
cómo empezar a ser uno.”
“Dale otra semana,” dijo Jace.
“Otra semana al Instituto. Date una oportunidad a ti mismo. Emma me contó cómo
peleaste contra esos demonios que mataron a tu padre. Sólo un cazador de
sombras podría haberlo hecho.”
Kit apenas se acordaba de luchar
contra los demonios en la casa de su padre, pero sabía que lo había hecho. Su
cuerpo había tomado el control, y había luchado, e incluso aunque solo fuera un
poco, de alguna manera extraña, lo había disfrutado.
“Esto es lo que eres,” dijo Jace,
“Eres un cazador de sombras. Parte ángel. Tienes la sangre de los ángeles
corriendo por tus venas. Eres un Herondale. Que, por cierto, significa que eres
parte de una familia increíblemente atractiva, pero también eres parte de una
familia que posee una gran cantidad
de bienes valiosos, incluyendo una casa en Londres y otra casa solariega en
Idris, a la cuál supongo que sabes que te pertenece. Ya sabes, si te interesa.”
Kit miró el anillo que tenía Jace
en su mano izquierda. Era de plata y se veía antiguo. Valioso. “Estoy
escuchando.”
“Lo que te estoy diciendo es que
le des una semana. Después de todo - Jace sonrió - “Los Herondales no podemos
resistirnos a un reto.”
“¿Un demonio Teuthida?” dijo
Julian por el móvil, arrugando las cejas. “Eso es básicamente un calamar,
¿verdad?”
La respuesta era inaudible, Emma
podía reconocer la voz de Ty, pero no las palabras.
“Sí, estamos en el muelle,”
Julian continuó. “No vemos nada por el momento, pero recién hemos llegado.
Lástima que no haya un lugar para que los cazadores de sombras aparquen por
aquí…”
La mente de Emma estaba centrada
en la voz de Julian. Iba mirando por los alrededores. El Sol ya se estaba
poniendo. Siempre le había gustado el Muelle de Santa Mónica, desde que era
pequeña y sus padres la habían llevado allí para jugar al hockey de mesa y
subir al viejo tiovivo. Le había encantado la comida basura - hamburguesas y
batidos, almejas fritas y piruletas gigantes - y Pacific Park, el parque de
diversiones deteriorado en el extremo del muelle, con vistas al Océano
Pacífico.
Los mundanos habían invertido
millones de dólares en la renovación del muelle, para que fuera una atracción
turística durante años. Pacific Park era totalmente nuevo, con paseos
resplandecientes; los viejos carros de churros se habían ido, remplazados por
helados artesanales y platos de langosta. Pero el suelo de madera bajo los pies
de Emma permanecía deformado por los años de Sol y sal. El aire seguía oliendo a azúcar y a algas
marinas. La música mecánica del viejo tiovivo continuaba sonando en el aire.
Todavía había juegos en los que echabas monedas y podías llegar a ganar un oso
panda gigante. Y aún, bajo el muelle, en los lugares más oscuros, los mundanos
que no tenían ningún objetivo, se reunían a veces para hacer cosas siniestras.
Esto era ser un cazador de
sombras, pensó Emma, mirando la enorme rueda de la fortuna, decorada con
brillantes luces LED. Una línea de mundanos ansiosos debajo del muelle; más
allá de la barandilla podía ver el mar azul oscuro que se convertía en espuma
blanca cuando las olas chocaban. Los cazadores de sombras veían la belleza en
las cosas que los mundanos habían creado - las luces de la rueda de la fortuna
reflejándose en el océano tan brillantes, que parecía como si alguien estuviera
encendiendo fuegos artificiales bajo el agua: rojo, azul, verde, lila y oro -
pero ellos veían la oscuridad, el peligro y el deterioro.
“¿Qué está mal?” preguntó Julian.
Deslizó el móvil dentro del bolsillo de su chaqueta. El viento - siempre hacía
viento en el muelle, provenía del océano y soplaba sin cesar, olía a sal y a
lugares lejanos - acarició las suaves ondas de su cabello castaño, al igual que
sus mejillas y sienes.
Pensamientos oscuros, quería decir Emma, pero no lo hizo, solo lo
pensó. Julian una vez fue la persona a la cual le explicaba todo. Ahora era el
tipo de persona que no le contaba nada.
Evitó su mirada. “¿Dónde están
Mark y Cristina?”
“Por ahí,” señaló Julian. “Por el
juego de los aros.”
Emma siguió su mirada hacía el
brillante puesto, donde la gente competía para ver quién podía lanzar un anillo
de plástico y encertar alrededor del cuello de una de las docenas de las
botellas alineadas. Trató de no sentirse superior al ver la dificultad que
tenían los mundanos para encertar.
El medio hermano de Julian, Mark,
sostenía tres aros de plástico en su mano. Cristina, con su pelo oscuro
recogido pulcramente en un moño, comía palomitas con caramelo y se reía. Mark
tiró los anillos: los tres a la vez. Cada uno de ellos giró a distintas
direcciones y cayeron alrededor del cuello de la botella.
Julian suspiró. “Demasiado para
ser discreto”.
Una mezcla de aplausos y ruidos
de incredulidad salieron de los mundanos que estaban en el juego de los aros.
Afortunadamente, no había muchos de ellos, y Mark pudo recoger su premio - algo
en una bolsa de plástico - y escapo con un mínimo de alboroto.
Fue hacía Cristina. Sus orejas
puntiagudas se veían entre los bucles de su cabello claro, pero había usado un
glamour, para que así los mundanos no las vieran. Mark era mitad hada, y la parte
de sangre que pertenecía al Submundo le había hecho unos rasgos delicados, como
las puntas de sus orejas y los ángulos en sus ojos y mejillas.
“¿Así que es un demonio calamar?”
dijo Emma, solamente para llenar el silencio entre ellos. Había habido muchos
silencios entre ella y Julian estos días. Solo habían pasado dos semanas desde
que todo había cambiado, pero Emma lo había notado desde el fondo de su alma.
Había notado la distancia que había impuesto él, aunque su comportamiento había
sido muy cortés y amable desde que le había dicho acerca de ella y Mark.
“Aparentemente,” dijo Julian.
Mark y Cristina estaban al alcance para ser escuchados; Cristina estaba
terminando sus palomitas de caramelo y miraba tristemente dentro de la bolsa
esperando a que aparecieran más. Emma lo entendía. Mark, mientras tanto, miraba
abajo hacia su premio. “Sube por el lado del muelle y arrebata a la gente - en
su mayoría había niños, pero cualquiera estaba inclinado tomando una foto por
la noche. Se habían vuelto más valientes, pensó. Aparentemente alguien con
manchas entró dentro del área de hockey de mesa - ¿es un pez de colores?”
Mark levantó su bolsa de
plástico. Dentro de ella había un pez pequeño de color naranja nadando en
círculos. “Esta es la mejor vigilancia que he hecho nunca”, dijo él. “Nunca me
habían premiado con un pez antes.”
Emma suspiró por dentro. Mark
había pasado unos pocos años de su vida en la Cacería Salvaje, la más anárquica
y salvaje de todas las hadas. Cabalgaron a través el cielo en toda clase de
seres o cosas encantadas - motos, caballos, ciervos, perros enormes gruñendo -
y buscaron en los campos de batallas, cogiendo objetos de valor de los
cadáveres y dándoles tributo a las Cortes de las Hadas.
Se estaba adaptando bien a estar
de regreso con su familia de cazadores de sombras, pero había momentos que la
vida normal le tomaba por sorpresa. Se dio cuenta que todo el mundo lo miraba
con las cejas levantadas. Se sorprendió y puso un brazo alrededor de los
hombros de Emma, con la otra mano sostenía la bolsa.
“He ganado un pez para ti,
hermosa,” dijo él, y le besó la mejilla.
Era un beso dulce, amable y tierno,
y Mark olía como siempre: al aire frío y a la hierba verde que crece. Y tenía
sentido, pensó Emma. Todos estaban sorprendidos de que Mark le diera su premio.
Emma intercambió una mirada
preocupada con Cristina, cuyos ojos se habían agrandado. Julian parecía como si
estuviera a punto de devolver, aunque fue solo un momento, antes de volver a
mostrar indiferencia, pero Emma se apartó de Mark y le sonrió como disculpa.
“No puedo mantener un pez con
vida,” dijo. “Mato las plantas con solo mirarlas”.
“Sospecho que tengo el mismo
problema,” dijo Mark mirando el pez. “Es una lástima - lo iba a llamar Magnus,
porque tiene escamas brillantes.”
Ante el comentario, Cristina rio.
Magnus Bane era el Gran Brujo de Brooklyn, y tenía tendencia por el brillo.
“Supongo que estará mejor si lo
dejo libre,” dijo Mark. Antes de que nadie pudiera decir nada, se dirigió a la
barandilla del muelle y vació la bolsa, el pez y el agua cayeron al mar.
“¿Alguien le explicó que los
peces de colores son peces de agua dulce que no pueden sobrevivir en el océano?”
dijo Julian en voz baja.
“No creo,” dijo Crisitina.
“¿Quieres decir que ha matado a
Magnus?” preguntó Emma, pero antes de que Julian respondiera, Mark se volteó.
Todo el humor desapareció de su
rostro. “Acabo de ver algo que se hunde bajo el muelle. Algo que no es muy
humano.”
Emma sintió que un leve
escalofrío le recorría. Los demonios que pertenecían al océano eran raramente
visitos en la tierra. Algunas veces tenía pesadillas donde el océano vomitaba
su contenido en la playa: espinosas, tentaculadas, viscosas, ennegrecidas y
medio aplastadas por el peso del agua.
En segundos, cada cazador de
sombras tenía un arma en su mano - Emma tenía cogida su espada, Cortana, una
espada de oro que le dieron sus padres. Julian sostenía un cuchillo serafín y
Cristina tenía su cuchillo de mariposa.
“¿Por dónde?” preguntó Julian.
“Al final del muelle,” dijo Mark;
no había cogido ninguna arma, pero Emma sabía lo rápido que podía ser. Su apodo
en la Cacería Salvaje era elf-shot,
porque era rápido y tenía puntería con el arco o los cuchillos. “Hacia el
parque de atracciones.”
“Voy por aquí,” dijo Emma. “Intentaré
que vaya al borde del muelle - Mark, Cristina id por abajo, cogedlo si trata de
volver al agua.”
Apenas tuvieron tiempo para
asentir, Emma ya se había puesto en marcha. El viento tiró de su pelo trenzado
que ella se había peinado entre la multitud en el parque que estaba iluminado
al final del muelle. Cortana se sentía cálida y sólida en su mano y sus pies parecían
que volarán por el suelo de madera deformado por el mar. Se sentía libre, sus
preocupaciones se quedaban atrás, su mente y cuerpo estaban centradas en la
tarea.
“Aquí,” le escuchó, pero ella ya
lo había visto: una forma oscura y encorvada, trepando por la rueda de la
fortuna. Las cabinas seguían girando, los pasajeros chillaban de alegría,
inconscientes.
Podía escuchar pisadas detrás de
ella. No necesitaba mirar atrás para saber que era Jules. Sus pasos habían
estado a su lado durante todos los años que había luchado como cazadora de
sombras. Su sangre había sido derramada junta con la suya. Había salvado su
vida y ella había salvado la suya. Era parte de su yo guerrera.
Emma se puso al final de la cola
y empezó a empujar las personas para apartarlas de su camino. Ella y Julian se
habían puesto runas de glamour antes de llegar al muelle, eran invisibles a los
ojos de los mundanos. Aunque eso no significaba que no sintieran sus
presencias. Los mundanos que estaban haciendo fila maldecían y gritaban
mientras los pisaban los pies y les daban codazos.
Una cabina se balanceaba, una
pareja - la chica comía un algodón de azúcar púrpura y su novio vestido de
negro y larguirucho - estaba a punto de subir. Mirando hacia arriba, Emma vio
el demonio Teuthida deslizándose alrededor de la parte superior del soporte de
la rueda. Maldijo, Emma empujó la pareja, casi echándolos a un lado y saltó dirección a la cabina. Tenía forma de octógono, un banco estaba en el interior
dejando mucho espacio para estar de pie. Emma escuchó los gritos de sorpresa mientras
la cabina subía, se elevó alejándose del caos que había creado, a bajo la
pareja estaba gritando al hombre que vendía los tiquetes, y la gente de la cola
se gritaban entre ellos.
La cabina se balanceó bajo sus
pies cuando Julian aterrizó a su lado. Él levantó la cabeza. “¿Lo ves?”
Emma entrecerró los ojos. Había visto el demonio, estaba segura de
esto, pero parecía que se había desvanecido. Desde este ángulo, la rueda de
fortuna era un desastre de luces brillantes, rayos giratorios y barras de hierro
pintadas de blanco. Las dos cabinas bajo de ella y de Julian estaban llenas de
personas; la fila todavía intentaba ser organizada.
Bien, pensó Emma. Cuanta menos gente haya en la atracción, mejor.
“Detente”. Sintió la mano de
Julian encima de su brazo, girándola. Todo su cuerpo se tensó. “Runas,” dijo,
se dio cuenta que estaba sosteniendo su estela con su mano libre.
Las cabinas seguían subiendo.
Ahora Emma podía ver bajo suyo la playa, la oscura agua mojaba la arena, las
colinas del parque Palisades se elevaban por encima de la carretera, coronadas
por una franja de árboles y vegetación.
Las estrellas eran oscuras, pero
visibles más allá de las brillantes luces del muelle. Julian no sostenía su
brazo con brusquedad, pero tampoco con delicadeza, sino que había una especie
de distancia. La giró, su estela se deslizaba con movimientos rápidos por
encima de su muñeca, dibujando runas de protección, velocidad, agilidad y
audición mejorada.
Esto era lo más cerca que Emma
había estado de Jules desde hacía dos semanas. Se sentía mareada, un poco
borracha. Su cabeza estaba inclinada, sus ojos fijos en la tarea, y ella
aprovechó la oportunidad para quedarse viéndolo.
Las luces de la rueda cambiaron
del amarillo al ámbar y su piel bronceada se veía dorada. El cabello caía
suelto, en finas ondas por encima de la frente. Emma conocía la suavidad de las
comisuras de su boca y la fuerza y dureza de sus hombros que había sentido bajo
sus manos. Sus pestañas eran largas, gruesas y oscuras, como el carbón. Casi
esperaba que dejará polvo de color negro en la parte superior de sus pómulos
cuando parpadease.
Él era hermoso. Siempre había
sido muy guapo, pero se había dado cuenta demasiado tarde. Y ahora estaba a su
lado de pie, y el cuerpo le dolía porque no podía tocarlo. Nunca podría volver
a tocarlo.
Julian terminó de dibujar e hizo
girar la estela en su mano para que el mango quedará de cara a Emma. La cogió
sin decir una palabra y empujó hacia abajo el cuello de la camiseta. La piel
era más pálida que la de su rostro y manos, marcada una y otra vez por las
marcas blancas de las runas que, al ser utilizadas, se habían ido desvanecido.
Emma tuvo que dar un paso para
acercarse más a él y poder dibujar las marcas. Las runas iban apareciendo bajo
la punta de la estela: agilidad, visión nocturna. La cabeza de Emma llegaba
hasta la barbilla de Julian. Se quedó mirando su garganta directamente y lo vio
tragar.
“Sólo dime,” dijo él. “Dime como
te hace feliz. De qué modo Mark te hace feliz.”
Ella levantó la cabeza y terminó
de dibujar las runas. Julian cogió la estela de su mano inmóvil. Por primera
vez en mucho tiempo sentía como la miraba directamente, sus ojos se volvieron
azules oscuros debido al cielo nocturno y el mar, estos se extendían a su
alrededor a menudo que se acercaban a la parte más alta.
“Soy feliz Jules,” dijo ella. ¿Qué
significaba una mentida entre otras? Nunca había sido alguien que mintiese con
facilidad, pero estaba encontrando la manera de hacerlo. Cuando la seguridad de
las personas que amaba dependían de eso, había descubierto que podía mentir. “Esto
es… Esto es lo más inteligente y más seguro para los dos.”
La línea de su suave boca se
endureció. “Eso no es…”
Emma jadeó. Una forma contorsionada
se elevó detrás de él - era de color del aceite sucio, sus tentáculos estaban
adheridos a la cabina. Su boca estaba abierta y tenía un perfecto círculo de
dientes.
“¡Jules!” gritó, y se abalanzó al otro lado de la cabina, atrapando
una de las delgadas barras de hierro. Se colgó con una mano de ella y con la
otra sostenía a Cortana, acuchilló al Teuthida por la parte de atrás. El
demonio gruñó y el icor salió; Emma gritó cuando le salpicó al cuello, quemando
su piel.
Un cuchillo perforó la piel del
demonio. Emma se cogió a una barra y subió, bajó la vista para ver a Julian,
estaba al borde de la cabina con otro cuchillo en mano. Jules miró su mano y
tiró el segundo cuchillo…
Este se cayó al fondo de una
cabina vacía. El Teuthida era increíblemente rápido y desapareció de su vista.
Emma vio como lo buscaba entre las barras de metal que componían la rueda.
Emma envainó a Cortana y comenzó
a arrastrarse por el radio, yendo hacia el centro de la rueda. Las luces LED
iluminaban su alrededor de color púrpura y oro.
Había icor y sangre en sus manos
haciendo el trayecto resbaladizo. La
vista desde la rueda era hermosa, el mar y la arena se extendía por todas
direcciones delante de ella, como si lo estuviera observando desde el cielo.
Podía saborear la sangre y la sal
en su boca. Debajo de ella podía ver a Julian fuera de la cabina, trepando por
otra barra de metal. Él la miró y señaló; siguió su dedo y vio el Teuthida
cerca del centro de la rueda.
Sus tentáculos se movían
alrededor de su cuerpo, golpeando el centro de la rueda. Emma podía sentir las
vibraciones en su cuerpo, estiró el cuello para ver que estaba haciendo y le
perdió el rastro - en el centro del paseo estaba la estructura que sostenía la
rueda. El Teuthida estaba tirando de los tornillos, intentando sacarlos. Si
tenía éxito al retirarlos, toda la estructura se iba a soltar y la rueda
caería.
Emma sabía que, si eso pasaba,
nadie que estuviera en la atracción o cerca de ella, sobreviviría. La rueda se
doblaría sobre sí misma y aplastaría a las personas de abajo. Los demonios
llevaban consigo la destrucción, la muerte y lo disfrutaban.
La rueda de la fortuna se
balanceó. El Teuthida tenía sus tentáculos alrededor de la estructura central
de la rueda y la estaba torciendo. Emma redobló su velocidad al arrastrarse, pero
aún seguía lejos del objetivo. Julian estaba más cerca, pero Emma sabía las
armas que llevaba con él: dos cuchillos, que ya había lanzado, y los cuchillos
serafín, que no eran lo suficientemente largos para alcanzar el demonio.
Jules la miró mientras estiraba
su cuerpo a lo largo de la barra de hierro, envolvió su brazo izquierdo
alrededor de la barra, y se sostuvo con él mientras extendía su mano.
Emma inmediatamente sin preguntar
sabía lo que estaba pensando él. Respiro profundamente y se soltó de la barra.
Cayó hacia Julian, estirando su
mano para alcanzar la de él. Se cogieron y se abrazaron, Emma lo escuchó jadear
mientras la sostenía. Se balanceó de delante a atrás, con la mano izquierda
cogía la mano derecha de Jules, y con su otra mano desenvainó a Cortana. Aprovechó el peso de su caída para
balancearse y acercarse al centro de la estructura.
El demonio Teuthida levantó su
cabeza y mientras iba hacia ella, por primera vez vio sus ojos - eran de forma
ovalada, con una capa protectora semejante a un espejo. Casi parecían
ensancharse como los ojos humanos mientras empujaba a Cortana, atravesando la
cabeza y el cerebro del demonio.
Sus tentáculos se agitaron - un
último espasmo que liberó un cuchillo, que se deslizó rodando por los radios
hacia abajo. Llegó al final y cayó.
En la distancia, Emma pensó que
había escuchado un chapoteo. Pero no había tiempo para preguntárselo. La mano
de Julian cogía con fuerza la suya, y empezó a tirar de ella. Envainó a Cortana
mientras él la subía y subía, donde estaba tendido, de modo que cayó torpemente
encima de él.
Seguía cogiendo su mano y
respiraba fuertemente. Sus ojos encontraron los suyos, solo por un segundo. A su alrededor, la rueda seguía girando y los
bajo hasta el suelo. Emma podía ver la multitud de mundanos que había en la
playa, el brillo del agua a lo largo de la costa, incluso una de las cabezas
oscuras y claras podrían ser Mark y Cristina…
“Buen trabajo en equipo,” dijo
finalmente Julian.
“Lo sé,” dijo Emma, y lo hizo.
Eso fue lo peor: estaba en lo cierto, trabajaban perfectamente como parabatai. Como guerreros compañeros.
Como un par de soldados que jamás podrían separarse.
Mark y Cristina los esperaban
bajo el muelle. Mark se había quitado los zapatos y estaba mitad de camino en
el agua. Cristina estaba doblando su cuchillo de mariposa y bajo sus pies había
la arena seca.
“¿Viste el calamar caer de la
rueda de la fortuna?” preguntó Emma mientras se acercaba a Julian.
Cristina asintió. “Cayó en las
aguas poco profundas. No estaba del todo muerto, así que Mark lo arrastró hasta
la playa y terminamos la tarea.” Pateó la arena. “Fue muy repugnante y Mark se
ensució.”
“Tenía icor en mí,” dijo Emma
mirando su equipo manchando. “Fue un demonio desagradable.”
“Sigues estando hermosa,” dijo
Mark con una sonrisa galante.
Emma le sonrío de vuelta, era
todo lo que podía hacer. Esta realmente agradecida a Mark, quien estaba
haciendo su parte sin ninguna queja, aunque lo debió de encontrar extraño.
Según la opinión de Cristina, Mark estaba sacando algo a cambio, pero Emma no
podía imaginar el qué. No era como si a Mark le gustara mentir - había estado
mucho tiempo con las hadas, que eran incapaces de decir mentiras, que lo
encontraban antinatural.
Julian se alejó de ellos y estaba
con el móvil de nuevo, hablando en voz baja. Mark salió del agua y se puso las
botas con los pies mojados. Ni él ni Cristina estaban del todo glamurizados, y
Emma notó como los mundanos iban hacía ellos - porque él era alto y guapo y
tenía unos que brillaban más que las luces de la rueda de la fortuna. Y porque
una de sus ojos era azul y el otro era de oro.
Y porque había algo en él, que le
hacía ver extraño, un rastro de salvajismo de las hadas que hacía a Emma
pensar en espacios abiertos, libres e ilegales. Soy un chico perdido, sus ojos parecían decir. Encuéntrame.
Al llegar a Emma, levantó su mano
y cogió un mechón de su pelo. Una oleada de sensaciones la invadió - tristeza,
regocijo, el anhelo de algo, aunque ella no sabía que era.
“Era Diana,” dijo Julian, e
incluso sin mirarlo, Emma podía imaginarse su rostro al hablar - gravedad,
prudencia, una cuidadosa consideración ante la situación. “Jace y Clary han
llegado con un mensaje del Cónsul. Están reunidos en el Instituto, nos quieren
allí ahora.
2
Inundaciones ilimitadas
Los cuatro se dirigieron
directamente a la biblioteca del Instituto, sin detenerse a cambiarse la ropa.
Solo cuando entraron como un vendaval en la habitación, Emma, Mark, Cristina y
Julian se dieron cuenta que estaban cubiertos del icor del demonio, entonces se
preguntaron si quizás hubiese sido mejor pararse a darse una ducha.
El techo de la biblioteca había
sido dañado dos semanas antes y se había tenido que arreglar con rapidez, la
claraboya de cristal había tenido que ser reemplazada por el cristal sencillo y
protegido, el techo anteriormente con una decoración de grandes detalles ahora
estaba cubierto con una capa de madera que tenía runas talladas.
La madera de los árboles serbal
eran protectores: mantenían la oscura magia lejos. Además tenía efecto en las
hadas - Emma miró a Mark contraerse de dolor y mirar hacia los lados cuando
entraron en la habitación. Le había dicho que su proximidad al serbal le hacía
sentir como si su piel fuera pulverizada con pequeñas chispas de fuego. Se
preguntaba qué efecto tendría a un hada con sangre completa.
“Estoy contenta de que lo habéis
logrado,” dijo Diana. Estaba sentada en la cabecera de una de las mesas largas
de la biblioteca, tenía el pelo recogido en un elegante moño. Un colgante de
oro delgado brillaba contra su piel oscura. Su vestido blanco y negro estaba
como siempre, impecable y libre de arrugas.
A si lado estaba Diego Rocio
Rosales, destacado en la Clave por ser un Centurión altamente entrenado y
conocido por los Blackthorns por tener el apodo de Diego El Perfecto. Era
irritablemente perfecto - ridículamente atractivo, un luchador espectacular,
listo e indudablemente amable. También había roto el corazón de Cristina antes
de que ella se fuera de México, lo que significaba que normalmente Emma estaría
planeando su muerte, pero no podía porque él y Cristina habían vueltos juntos
dos semanas antes.
Diego le sonrió a Cristina, sus
dientes eran tan blancos como el flash. El broche de Centurión estaba en su
hombro, las palabras Primi Ordines
eran visibles en la plata. No solo era un Centurión; era uno de la Primera
Compañía, el mejor de la clase en su graduación de Scholomance. Porque, sin
duda, él era perfecto.
Entre Diana y Diego estaban
sentadas dos figuras que eran muy familiares para Emma: Jace Herondale y Clary
Fairchild, los jefes del Instituto de Nueva York, aunque cuando Emma los había
conocido habían sido adolescentes como lo era ella ahora. Jace era toda la
belleza del oro deslucido, que había crecido bajo la mirada de la gracia con el
paso del tiempo. Clary tenía el pelo pelirrojo, ojos verdes obstinados y una
cara aparentemente delicada. Tenía una voluntad de hierro, como Emma sabía de
primera mano.
Clary se levantó de un salto, su
cara estaba iluminada, Jace se recostó en la silla con una sonrisa. “¡Has
vuelto!” gritó, corriendo hacia Emma. Vestía unos pantalones y una camiseta de
MADE IN BROOKLYN hecha jirones, probablemente pertenecía a su mejor amigo,
Simon. Parecía gastada y suave, exactamente como el tipo de camisa que a menudo
había robado a Julian y se negó a devolver. “¿Cómo fue con el calamar?”
Emma no pudo responder por el
abrazo envolvente de Clary.
“Estupendo,” dijo Mark.
“Realmente estupendo. Están completamente manchados con líquido de calamar.”
En realidad parecía complacido.
Clary soltó a Emma y frunció el
ceño ante el icor, el agua del mar y una substancia no identificada que se
habían pegado a su camiseta. “Entiendo lo que querías decir.”
“Solo voy a darles la bienvenida
a todos desde aquí,” dijo Jace, saludando. “Hay un olor perturbador de calamar
flotando en vuestra dirección.”
Hubo una risita rápidamente
sofocada. Emma levantó la vista y vio unas piernas colgando entre los pasamanos
de la galería de arriba. Con diversión reconoció las piernas largas de Ty y las
medias con dibujos de Livvy. Había rincones en la galería que eran perfectos
para escuchar a escondidas - no podía contar cuántas reuniones de Andrew
Blackthorn habían escuchado ella y Julian de niños, aprendiendo sin saber la
importancia de estar presente en una reunión del Conclave.
Miró de reojo a Julian, viendo
que miraba a Ty y Livvy, sabiendo que al igual que ella, no iba a decir nada al
respecto de su presencia. Podía ver como lo había pensado con su sonrisa
caprichosa - extrañaba lo transparente que era para ella en momentos de
descuido, y lo poco que ella podía decir que él estaba pensando cuando decidía
esconderlo.
Cristina se acercó a Diego, golpeando
suavemente la mano contra su hombro. Emma vio como Mark los miraba, su
expresión era ilegible. Mark había hablado de muchas cosas en las últimas
semanas, pero no de Cristina. Nunca de Cristina.
“Entonces, ¿cuántos demonios
marinos habían?” preguntó Diana. “¿En total?” Con un gesto, indicó para que
todos tomaran asiento alrededor de la mesa. Se sentaron silenciosamente, Emma
al lado de Mark pero también en frente de Julian. Él respondió la pregunta de
Diana calmadamente como si no estuviera
goteando icor sobre el suelo pulido.
“Unos pocos, más pequeños la
semana pasada,” dijo Julian, “pero es normal con las tormentas. Se arrastran
hasta la playa. Hicimos algunas patrullas; los Ashdowns huyen hacia al sur.
Creo que los tenemos todos.”
“Este fue el primero realmente
grande,” dijo Emma. “Quiero decir, sólo he visto unos cuantos con ese tamaño.
No suelen salir del océano.”
Jace y Clary intercambiaron una
mirada.
“¿Hay algo que deberíamos saber?”
dijo Emma. “¿Estáis coleccionando demonios realmente grandes para decorar el
Instituto o algo?”
Jace se inclinó hacia adelante
con los codos sobre la mesa. El rostro estaba impasible, parecido a un gato,
junto con sus ojos ámbar ilegibles. Clary le había dicho que la primera vez que
lo vio, le había parecido un león. Emma podía verlo: los leones parecían
tranquilos y casi perezosos, hasta que llegaba la acción. “Tal vez deberíamos
hablar de por qué estamos aquí,” dijo él.
“Pensaba que estabas aquí por
Kit,” dijo Julian. “Ya sabe,s porque es un Herondale.”
Sonó un crujido arriba y se
escuchó un débil refunfuño. Ty había estado durmiendo delante de la puerta de
Kit las noches pasadas, un comportamiento extraño que nadie había comentado.
Emma había asumido que Ty encontraba a Kit inusual e interesante a su manera,
del mismo modo que lo hacía con las abejas y los lagartos.
“Parcialmente,” dijo Jace. “Acabamos
de regresar de una reunión con el Consejo en Idris. Es por eso porque hemos
tardado tanto en llegar, aunque quise venir lo más rápido posible cuando
escuché sobre Kit.” Se reclinó hacía atrás y puso un brazo sobre el respaldo de
la silla. “No te sorprenderá que hubo mucho debate sobre la situación de
Malcolm.”
“¿Te refieres a la situación en
la que el Gran Brujo de Los Ángeles resultó ser un asesino y nigromante?” dijo Julian. En su voz se notaba la irritación: La
Clave no había sospechado de Malcolm, había aprobado su nombramiento como Gran
Brujo, no habían hecho nada para detener los asesinatos que cometió. Habían
sido los Blackthorns quienes lo habían hecho.
Se escuchó una risilla que
provenía de arriba. Diana tosió para esconder una sonrisa. “Perdón,” les dijo a
Jace y a Clary. “Creo que tenemos ratones.”
“No he escuchado nada,” dijo
Jace.
“Solamente estamos sorprendidos
de que la reunión del Consejo haya terminado tan rápido,” dijo Emma.
“Pensábamos que quizás necesitaríamos dar una declaración, sobre Malcolm y todo
lo que ha pasado.”
Emma y los Blackthorns ya habían
hecho una declaración delante del Consejo antes. Años atrás, antes de la Guerra
Oscura. No fue una experiencia que Emma le apetecía repetir, pero habría sido
una oportunidad para explicar lo que había pasado. Explicar porque habían
cooperado con las hadas, en contra las Leyes de la Paz Fría. Porque habían
investigado el Gran Brujo de Los Ángeles, Malcolm Fade, sin decirle a la Clave
porque lo hacían; que lo habían encontrado culpable de crímenes atroces.
Por qué Emma lo había matado.
“Ya se lo dijisteis a Robert, el
Inquisidor,” dijo Clary. “Os creyó. Testificó a vuestro favor.”
Julian levantó una ceja. Robert
Lightwood, el Inquisidor de la Clave, no era el tipo de hombre amable ni
amigable. Le contaron lo que pasó, porque habían sido forzados, pero no era una
persona amable de la cual te imaginas que te hace favores.
“Robert no es malo,” dijo Jace.
“De verdad. Se ha suavizado desde que es abuelo. Y de hecho, la Clave estaba
realmente menos interesado en ti que en el Libro Negro.”
“Aparentemente nadie se dio
cuenta de que alguna vez estuvo aquí, en la biblioteca,” dijo Clary. “El Instituto
de Cornwall es famoso por la gran cantidad de libros de magia oscura que
contiene - el original Malleus
Maleficarum de Daemonatia. Todos
pensábamos que estaría allí, correctamente encerrado”.
“Los Blackthorns solían ir al
Instituto de Cornwall,” dijo Julian. “Quizás mi padre lo trajo con él cuando
dirigía el Instituto aquí.” Parecía preocupado. “Aunque no sé porque lo hubiera
hecho.”
“Quizás Arthur lo trajo,” sugirió
Cristina. “Siempre está fascinado con los libros antiguos.”
Emma sacudió la cabeza. “No creo.
El libro debe haber aparecido aquí cuando Sebastian atacó el Instituto - antes
de que Arthur viniera.”
“¿Cuánto tiene que ver que no
quisieran que testificáramos porque yo debería de estar allí?” dijo Mark.
“Algo,” dijo Clary encontrando
sus miradas. “Pero Mark, nunca hubiésemos dejado que te regresarán a la
Cacería. Todo el mundo nos hubiera
apoyado.”
Diego asintió. “La Clave deliberó
y encontraron correcto que Mark permaneciera con su familia. La orden original
solo prohibía que los cazadores de sombras lo buscarán, pero él vino a
vosotros, entonces la orden no ha sido desobedecida.”
Mark asintió rigurosamente. Nunca
le había gustado Diego El Perfecto.
“Y créeme,” añadió Clary,
“Estaban muy felices de usar esta laguna. Creo que hasta la persona que odia
más las hadas siente lo que te pasó.”
“¿Y lo que pasó con Helen?” dijo
Julian. “¿Ninguna palabra acerca de que regrese?”
“Nada,” dijo Jace. “Lo siento. No
querían oír hablar de ello.”
La expresión de Mark se tensó. En
este momento, Emma podía ver el guerrero en él, las sombras oscuras de los
campos de batallas en que la Cacería Salvaje había participado, el caminante
entre los cuerpos muertos.
“Nos quedamos con eso,” dijo
Diana. “Tenerte de vuelta es una victoria, Mark, y la aprovecharemos, pero ahora
mismo…”
“¿Qué pasará ahora?” demandó
Mark. “¿Se terminó la crisis?”
“Somos cazadores de sombras,”
dijo Jace. “Las crisis nunca terminan.”
“Ahora,” continuó Diana, “El
Consejo terminó de discutir que los grandes demonios del mar se han visto
arriba y debajo de la costa de California. Se han visto más demonios desde la
semana pasada que en la anterior década. El Teuthida con el que habéis luchado
no era un caso aislado.”
“Pensamos que se debe a que el
cuerpo de Malcolm y el Libro Negro siguen en el océano,” dijo Clary, “Y también
quizás por los hechizos que lanzó Malcolm cuando estaba vivo.”
“Pero los hechizos de los brujos
desaparecen cuando mueren,” protestó Emma. Pensó en Kit. Las guardias que
Malcolm había colocado alrededor de la casa de Rook desaparecieron cuando
murió. Los demonios atacaron en cuestión de horas. “Fuimos a su casa después de
que muriese, buscamos pruebas de lo que había estado haciendo. Todo se había
desintegrado en polvo.”
Jace despareció debajo de la
mesa. Apareció en un momento, sujetando a Iglesia, el gato del Instituto que
trabajaba a tiempo parcial. Iglesia tenia las patas extendidas con una
expresión de satisfacción en su rostro. “Pensábamos lo mismo,” dijo Jace poniendo
el gato en su regazo. “Pero aparentemente, según Magnus, hay hechizos que
pueden ser formulados para ser activados
después de la muerte del brujo.”
Emma fulminó a Iglesia. Sabía que
el gato había vivido anteriormente al Instituto de Nueva York, pero le pareció
grosero que mostrara su preferencia tan descaradamente. El gato estaba estirado
encima del regazo de Jace, ronroneado e ignorándola.
“Como una alarma,” dijo Julian, “¿que
suena cuando se abre una puerta?”
“Sí, pero en este caso, la muerte
abre la puerta,” dijo Diana.
“Entonces, ¿cuál es la solución?”
preguntó Emma.
“Probablemente necesitaremos su
cuerpo de vuelta para apagar el hechizo, por así decirlo,” dijo Jace. “Y una
pista de cómo lo hizo sería fantástica.”
“Las ruinas de convergencia han
sido recogidas perfectamente,” dijo Clary. “Pero iremos mañana a la casa de Malcolm
para estar completamente seguros.”
“Solo quedan escombros,” advirtió
Julian.
“Escombros que tendrán que ser
retirados pronto, antes que los mundanos los noten,” dijo Diana. “Hay un
glamour, pero es temporal. Eso significa que el sitio será imperturbable unos
pocos días más.”
“Y no hay nada malo en dar un
último vistazo,” dijo Jace. “Especialmente si Magnus nos dio unas ideas para saber
que hay que buscar.” Acarició la oreja
de Iglesia, pero no siguió explicándose.
“El Libro Negro es un objeto
necromántico poderoso,” dijo Diego el Perfecto. “Puede causar alteraciones que
no podemos ni imaginarnos. Como conducir a los demonios que viven profundamente
en el mar a la costa, lo que significa que los mundanos están en peligro - unos
pocos ya han desaparecido en el muelle.”
“Entonces,” dijo Jace. “Un equipo
de Centuriones llegarán aquí mañana…”
“¿Centuriones?” El pánico brilló
en los ojos de Julian, una mirada de miedo y vulnerabilidad que Emma solamente
divisó. Desapareció casi al instante. “¿Por qué?”
Centuriones. La Élite de cazadores de sombras entrenados al
Scholomance, una escuela esculpida en las paredes de las rocas de las Montañas
de los Cárpatos, alrededor de un lago helado. Estudiando el saber esotérico y
son expertos en las hadas y en la Paz Fría.
Y también, aparentemente, en los
demonios del mar.
“Son excelentes noticias,” dijo
Diego el Perfecto. Él diría eso, pensó
Emma. Presumidamente se tocó el broche que tenía en su hombro. “Serán capaces
de encontrar el cuerpo y el libro.”
“Ojalá,” dijo Clary.
“Pero ya estás aquí, Clary,” dijo
Julian, su voz era engañosamente suave. “Tú y Jace - si traéis a Simon, a
Isabelle, a Alec y a Magnus seguro que podéis encontrar el cuerpo
inmediatamente.
No quiere extraños aquí, pensó Emma. Las personas pueden intentar
curiosear en el negocio del Instituto, y pedir hablar con el tío Arthur. Había
conseguido guardar los secretos del Instituto, incluso después de lo que pasó
con Malcolm. Y ahora volvían a estar bajo la amenaza de los Centuriones.
“Clary y yo solo estamos de paso,”
dijo Jace. “No podemos quedarnos y buscar, aunque nos hubiese gustado. Tenemos
una asignación del Consejo.”
“¿Qué tipo de tarea?” dijo Emma.
¿Que misión podía ser más importante que recuperar el Libro Negro y limpiar el
desorden que Malcolm había creado?
Pero Emma podía decir que por la
mirada que intercambiaron Jace y Clary habían muchas más cosas importantes que
hacer, que no podía imaginar. Emma no pudo evitar una pequeña explosión de
amargura en su interior, deseaba ser un poco más mayor, para poder ser igual a
Jace y a Clary, para conocer sus secretos y los secretos del Consejo.
“Lo siento mucho,” dijo Clary. “No
podemos quedarnos”.
“¿Así que ni siquiera vais estar
por aquí?” demandó Emma. “Mientras pasa todo esto y nuestro Instituto es
invadido…”
“Emma,” dijo Jace. “Sabemos que
estáis acostumbrados a estar solos y sin problemas aquí. A tener que responder
solo ante Arthur.”
Si solo él supiera. Pero era
imposible.
Él continuó, “Pero el propósito
de un Instituto no es solo centralizar la actividad de la Clave, sino también
albergar a cazadores de sombras que no tienen otro sitio a la ciudad que ir.
Hay cincuenta habitaciones que no están en uso. Así que a menos que haya una
razón de peso para que no puedan venir…”
Las palabras se quedaron
flotando. Diego miró abajo hacia sus manos. No sabía toda la verdad sobre
Arthur, pero Emma suponía que la sospechaba.
“Nos lo podéis contar,” dijo
Clary. “Lo mantendremos en la más absoluta confidencialidad.”
Pero no era el secreto de Emma.
Se contuvo de mirar a Mark, a Cristina, a Diana o a Julian, el único de la mesa
que sabía la verdad sobre quién dirigía realmente el Instituto. La verdad que
necesitaba ser escondida de los Centuriones, que tendrían la obligación de
informar al Consejo.
“El tío Arthur no ha estado bien,
como supongo que sabréis,” dijo Julian gesticulando hacia la silla vacía donde
normalmente estaría sentado el jefe del Instituto. “Me preocupaba que los
Centuriones pudieran empeorar su condición, pero teniendo en cuenta la
importancia de la misión haremos que estén lo más cómodos posibles.”
“Desde la Guerra Oscura, Arthur
ha sido propenso a dolores de cabeza y a sentir dolor en sus viejas heridas,” añadió
Diana. “Voy a intervenir entre él y los Centuriones hasta que se encuentre
mejor.”
“Realmente no hay nada de lo que
preocuparse,” dijo Diego. “Son Centuriones - disciplinados, soldados ordenados.
No harán fiestas salvajes o demandas irrazonables.” Puso un brazo alrededor de
Cristina. “Estaré encantado de presentaros a algunos de mis amigos.”
Cristina le sonrió. Emma no pudo
evitar mirar a Mark para ver si estaba mirando a Cristina y a Diego de la
manera que lo hacía a menudo - una manera que le hacía preguntarse como Julian
podía perdérsela. Un día se dará cuenta y habrá preguntas incómodas que
responder.
Pero ese día no era este, porque
mientras había estado observando a Mark, él había salido silenciosamente de la
biblioteca. Se había ido.
Mark asociaba a las habitaciones
del Instituto con diferentes sentimientos, la mayoría de ellos nuevos desde su
regreso. La biblioteca de serbal le hacía sentir tenso. La entrada, donde se
había enfrentado con Sebastian Morgenstern años atrás le ponía los pelos de
punta y le calentaba la sangre.
En su propia habitación se sentía
solo. En la habitación de los gemelos, de Dru o de Tavvy se perdía a sí mismo
en ser su hermano mayor. En la habitación de Emma se sentía seguro. La
habitación de Cristina le estaba prohibida. En la habitación de Julian se
sentía culpable. Y en la sala de entrenamiento se sentía como un cazador se
sombras.
Inconscientemente se había
dirigido a la sala de entrenamiento cuando había salido de la biblioteca.
Todavía era demasiado para Mark, la forma en que los cazadores de sombras
ocultaban sus emociones. ¿Cómo podrían soportar un mundo donde Helen estaba
exiliada? Apenas podía soportarlo; Anhelaba su hermana todos los días. Y sin
embargo, todos lo habrían mirado sorprendidos si hubiese gritado de dolor o
hubiese caído de rodillas. Sabía porque Jules no quería que los Centuriones
estuvieran allí - pero su expresión apenas había cambiado. Las hadas podían
engañar, jugar sucio y manipular, pero no ocultaban su dolor.
Era suficiente para él ser
enviado al estante de armas, sentía como sus manos iban perdiendo la práctica.
Diana había tenido una tienda de armas en Idris y siempre había habido una
serie de impecables y hermosas armas diseñada para que entrenaran: machaera griega (4), con sus filos
cortantes únicos. Había una Viking spatha
(5), una espada escocesa tradicional a dos manos, una zweihänder (6) y una bokken
(7) Japonesa de madera usada solo para entrenar.
Pensaba en las armas de las
hadas. La espada que llevaba en la Cacería Salvaje. El hada no usaba nada hecho
de hierro, porque las armas y herramientas de hierro los enfermaban. La espada
que había llevado en la Cacería estaba hecha de cuernos y se sentía ligera en
su mano. Ligera como las flechas de los duendes que había disparado con su
arco. Ligero como el viento bajo las pezuñas de su caballo, como el aire que lo
rodeaba cuando cabalgaba.
Levantó la espada escocesa
tradicional del estante y la sostuvo en su mano, probando. Podía sentir que
estaba hecha de acero - no había mucho hierro, pero era una aleación de hierro
- aunque no tuvo la misma reacción que al tocar el hierro como las hadas de
sangre completa.
Se sentía pesada en su mano. Pero
se había empezado a sentir pesada desde que había vuelto a casa. Superaba las
expectativas. El peso de cuánto amaba a su familia era pesado.
Incluso el peso de lo que estaba
haciendo con Emma era pesado. Confiaba en Emma. No cuestionó que ella estaba
haciendo lo correcto; si ella lo creía, él la creía a ella.
Pero las mentidas no eran fáciles
para él y odiaba sobretodo mentir a su familia.
“¿Mark?” Era Clary, seguida por
Jace. El encuentro en la biblioteca se había terminado. Ambos se habían
cambiado al equipo de cazadores de sombras; el cabello pelirrojo de Clary
brillaba mucho, como una mancha de sangre contra su ropa oscura.
“Estoy aquí,” dijo Mark colocando
la espada de nuevo en el estante. La luna llena estaba alta y la luz blanca se
filtraba por las ventanas. La luna trazaba un camino a través del mar donde
iluminaba el horizonte hasta al borde de la playa.
Jace no decía nada todavía,
miraba a Mark con los ojos dorados entrecerrados, como un halcón. Mark no pudo
evitar recordar a Clary y a Jace cuando los había conocido, justo después de
que la Cacería se lo hubiera llevado. Había estado escondido en los túneles
cerca de la Corte Seelie cuando habían venido caminando hacia él, su corazón
sintió dolor y se rompió al verlos. Cazadores de sombras atravesando el peligro
de la Corte con las cabezas altas. No estaban perdidos; no estaban huyendo. No
estaban asustados.
Se preguntó si tendría ese
orgullo de nuevo, esa falta de miedo. Incluso cuando Jace había presionado la
piedra de luz mágica en su mano, incluso cuando le había dicho, Muéstrales de qué está hecho un cazador de
sombras, muéstrales que no tienes miedo, Mark había tenido mucho miedo.
No por él mismo. Sino por su
familia. ¿Cómo iba su familia a enfrentar la guerra, sin él para protegerlos?
Sorprendentemente bien, esa había
sido la respuesta. No lo habían necesitado después de todo. Habían tenido a
Jules.
Jace se sentó en el alféizar de
la ventana. Era más grande de lo que había sido la primera vez que Mark lo
conoció, por supuesto. Más alto con los hombros más amplios, aunque todavía
elegante. Se rumoreaba que incluso la Reina Seelie se había quedado
impresionada por su aspecto y sus modales, y la nobleza de las hadas eran
raramente impresionados por los humanos. Incluso los cazadores de sombras.
Aunque a veces lo estaban. Mark
suponía que su propia existencia era prueba de ello. Su madre, Lady Nerissa de
la Corte Seelie había amado a su padre cazador de sombras.
“Julian no quiere a los Centuriones
aquí,” dijo Jace. “¿Verdad?”
Mark los miró con sospecha. “No
lo sabía.”
“Mark no nos contará los secretos
de su hermano, Jace,” dijo Clary. “¿Dirías los de Alec?”
La ventana detrás de Jace era
clara y alta, tan clara que Mark a veces se imaginaba que podía volar fuera de
ella. “Tal vez, si fuera por su propio bien,” dijo Jace.
Clary hizo un ruido dudoso y poco
elegante. “Mark,” dijo ella. “Necesitamos tu ayuda. Tenemos algunas preguntas
de las hadas y las Cortes - su posición física real - y no parece haber ninguna
respuesta - no del Laberinto Espiral, tampoco del Scholomance.”
“Y honestamente,” dijo Jace, “No
queremos llamar la atención investigando, porque es una misión secreta.”
“¿La misión se trata de las
hadas?” supuso Mark.
Ambos asintieron.
Mark estaba asombrado. Los
cazadores de sombras no se habían sentido cómodos en las Tierras de las Hadas,
y desde la Paz Fría las evadían como el veneno. “¿Por qué?” Se giró rápidamente
dándole la espalda a la espada. “¿Es una especie de misión venganza? ¿Por qué
Iarlath y algunos otros cooperaron con Malcolm? ¿O es por lo que le pasó a
Emma?”
Emma todavía necesitaba ayuda con
sus últimas vendas. Cada vez que Mark miraba las líneas rojas que cruzaban su
piel, se sentía culpable y enfermo. Eran como una red de hilos sangrientos que
los mantenían atados al engaño que ambos estaban perpetrando.
Los ojos de Clary eran amables.
“No estamos planeando hacer daño a nadie,” dijo ella. “Aquí no hay venganza.
Esto es estrictamente acerca de la información.”
“Crees que estoy preocupado por
Kieran,” se dio cuenta Mark. El nombre se alojó en su garganta como un
fragmento de hueso. Había amado a Kieran, y Kieran lo había traicionado y se
había ido a la Cacería, y cuando Mark pensaba en él, sentía como si estuviera
sangrando desde adentro. “No lo estoy,” dijo él, “no estoy preocupado por
Kieran.”
“Entonces no te importará si
hablamos con él,” dijo Jace.
“No estaría preocupado por él,”
dijo Mark. “Estaría preocupado por ti.”
Clary se rio suavemente.
“Gracias, Mark.”
“Es el hijo del Rey de la Corte
Unseelie,” dijo Mark. “El Rey tiene cincuenta hijos. Todos ellos compiten por
el trono. El Rey está cansado de ellos. Le debía un favor a Gwyn, así que le
dio a Kieran como pago. Como si regalara una espada o un perro.”
“Como lo entiendo yo,” dijo Jace,
“Kieran vino a ti y te ofreció ayuda, en contra de los deseos de las hadas. Se
puso a sí mismo en grave peligro para ayudarte.”
Mark supuso que no debería
sorprenderse de que Jace lo supiera. Emma confiaba a menudo en Clary. “Me lo
debía. Fue gracias a él que las personas que amo están gravemente heridas.”
“Todavía,” dijo Jace, “hay alguna
posibilidad de pueda mostrarse receptivo a nuestras preguntas. Especialmente si
pudiéramos decirlo que estamos respaldados por ti.”
Mark no dijo nada. Clary besó a
Jace en la mejilla y murmuró algo es su oído antes de salir de la habitación.
Jace la vio irse, su expresión por un momento fue suave. Mark sintió una fuerte
punzada de envidia. Se preguntó si alguna vez sería así con alguien: la forma
en que parecían encajar, la gracia de Clary y el sarcasmo y fuerza de Jace. Se
preguntaba si hubiera encajado con Kieran. Si hubiera podido encajar con
Cristina, si las cosas hubieran sido distintas.
“¿Qué quieres preguntarle a
Kieran?” dijo él.
“Algunas preguntas acerca la
Reina y el Rey,” dijo Jace. Notando el movimiento impaciente de Mark añadió,
“Te diré un poco, y recuerda que no debería decirte nada. La Clave querría mi
cabeza por esto.” Suspiró. “Sebastian Morgenstern dejó un arma en una de las
Cortes de las Hadas,” dijo él. “Un arma que puede destruirnos a todos, destruir
todos los nefilim.”
“¿Qué hace esta arma?” preguntó
Mark.
“No lo sé. Es parte de lo que
necesitamos averiguar. Pero sabemos que es mortal.”
Mark asintió. “Creo que Kieran te
puede ayudar,” dijo él. “Y te puedo dar una lista de nombres de aquellas hadas
que podrían ayudarte a buscar, que están a favor de la causa, pero no será
extensa. No creo que sepas cuanto te odian. Si tienen el arma, espero que la
encuentres. Porque no dudarán en usarla y no tendrán piedad contigo.”
Jace miró a través de sus
pestañas doradas que eran muy parecidas a las de Kit. Su mirada estaba alerta y
calmada. “¿Tener piedad de nosotros?”
dijo él. “Tú eres uno de los nuestros.”
“Depende de a quién le preguntes,”
dijo Mark. “¿Tienes un bolígrafo y papel? Comenzaré con los nombres…”
Había pasado demasiado tiempo
desde que el tío Arthur había dejado la habitación del ático donde dormía,
comía y hacía su trabajo. Julian arrugó la nariz mientras él y Diana subían por
las escaleras estrechas - el aire era más fuerte que de costumbre, olía a
rancio con comida vieja y sudor. Las sombras eran gruesas. Arthur también era
una sombra, encorvado sobre su escritorio, la piedra de luz mágica estaba en un
plato, en el alféizar de la ventana de arriba. No reacciono ante la presencia
de Julian y Diana.
“Arthur,” dijo Diana,
“necesitamos hablar contigo.”
Arthur se dio la vuelta muy
despacio en su silla. Julian sintió su mirada sobre Diana y después encima de
él. “Señorita Wryburn,” dijo él finalmente. “¿Qué puedo hacer por ti?”
Diana había acompañado a Julian
anteriormente al ático, pero habían sido muy pocas veces. Ahora que la verdad
de la situación era conocida por Mark y Emma, Julian había sido capaz de
reconocerlo ante Diana lo que habían sabido, pero nunca habían hablado.
Durante años, desde que tenía
doce años, Julian había llevado solo el conocimiento de que su tío Arthur
estaba loco, su mente estaba destrozada desde el encarcelamiento en la Corte
Seelie. Tenía períodos de lucidez, ayudado por la medicina que Malcolm Fade les
proporcionaba, pero nunca duraba mucho tiempo.
Si la Clave se hubiese enterado de
la verdad, habrían sacado a Arthur de su posición como jefe del Instituto en
momentos. Era muy probable que terminara encerrado en las Basilias, donde
estaba prohibido salir o tener visitas. En su ausencia, sin ningún adulto
Blackthorn para dirigir el Instituto, los niños serían divididos, enviados a la
Academia a Idris, esparcidos por todo el mundo. La determinación de Julian de
no dejar que eso sucediera había hecho que guardara el secreto durante cinco
años, cinco años ocultando a Arthur del mundo y el mundo de Arthur.
A veces se preguntaba si estaba
haciendo lo correcto para su tío. ¿Pero importaba? De cualquier manera, iba a
proteger a sus hermanos y hermanas. Sacrificaría a Arthur por ellos si tuviera
que hacerlo, aunque las consecuencias morales lo despertaban en medio de la
noche, jadeando y en pánico, pero viviría con eso.
Recordó la mirada afilada de
Kieran sobre él: Tienes un corazón
despiadado.
Quizás era cierto. En este
momento el corazón de Julian se sentía muerto en el pecho, un bulto hinchado y sin
latido. Todo parecía ocurrir a cierta distancia - incluso sentía como si todo
se moviera más lentamente, como si estuviera caminado por el agua.
Sin embargo, era un alivio tener
a Diana. A menudo Arthur confundía a Julian con su padre o abuelo muerto, pero
Diana no era parte de su pasado y parecía no tener más remedio que reconocerla.
“La medicación que Malcolm hacía
por ti,” dijo Diana. “¿Alguna vez te habló de ella? ¿De lo que había adentro?”
Arthur sacudió levemente la
cabeza. “¿El chico no lo sabe?”
Julian sabía que se refería a él.
“No,” dijo él. “Malcolm nunca me lo dijo.”
Arthur frunció el ceño. “¿Hay
residuos, sobras que puedan analizarse?”
“Usé cada gota que pude encontrar
hace dos semanas.” Julian había drogado a su tío con un potente cóctel de la
medicina de Malcolm, la última vez que Jace, Clary y el Inquisidor habían ido
al Instituto. No se había atrevido a arriesgarse a que Arthur desvariara, tenía
que tener la mente clara.
Julian estaba bastante seguro de
que Jace y Clary mantendrían en secreto lo de Arthur si lo supieran. Pero era
una carga que no les tocaba cargar, y además - no confiaba en el Inquisidor,
Robert Lightwood. No le había creído cinco años atrás, cuando Robert le había
obligado a soportar un juicio brutal con la Espada Mortal porque no había
creído que Julian no mintiera.
“¿No has guarda nada, Arthur?”
preguntó Diana. “¿Escondiste algo?”
Arthur volvió a sacudir la
cabeza. La tenue iluminación de la piedra de luz mágica le hacía ver más viejo
- mucho más de lo que era, su cabello de color gris, sus ojos difuminados ante
el océano en la madrugada. Su cuerpo bajo su traje de color gris era esbelto y
flaco, el hueso del hombro era visible a través del material. “No sabía que
Malcolm fuera de ese modo,” dijo él. Un
asesino, un traidor. “Además, dependía del chico.” Se aclaró la garganta.
“Julian.”
“Yo tampoco sabía que él fuera
así,” dijo Julian. “La cosa es que vamos a tener invitados. Los Centuriones.”
“Kentarchs (8),” murmuró Arthur, abriendo uno de los cajones de su
escritorio, como si buscara algo dentro. “Así se llamaban en el ejército
bizantino. Pero el centurión es siempre el pilar del ejército. Él dirige a cien
hombres. Un centurión podía castigar a un ciudadano romano, el cual la ley
normalmente le protegía. Los Centuriones reemplazan la ley.”
Julian no estaba muy seguro de
cuánto tenían en común los centuriones romanos originales y los Centuriones de
Scholomance. Pero sospechaba que su tío tenía su punto de vista de todos modos.
“Bien, tendremos que ser especialmente cuidadosos. Porque tienes que estar a su
alrededor. Vas a tener que actuar.”
Arthur puso los dedos en sus
sienes. “Estoy muy cansado,” murmuró. “No podemos… Si pudiéramos pedirle a
Malcolm un poco más de medicina…”
“Malcolm murió,” dijo Julian. Se
lo habían dicho a su tío, pero parecía no haberse enterado. Y era exactamente
el tipo de error que no podía hacer con los extraños.
“Hay drogas mundanas,” dijo Diana
después de un momento de vacilación.
“Pero la Clave,” dijo Julian. “El
castigo por buscar tratamiento médico mundano es…”
“Sé cuál es,” dijo Diana con voz
cortante. “Pero estamos desesperados.”
“Pero no tenemos ni idas de las
dosis o del tipo de pastillas. No sabemos cómo los mundanos tratan una
enfermedad como esta.”
“No estoy enfermo.” Arthur cerró de golpe el cajón del escritorio. “Las hadas
destrozaron mi mente. Me siento roto.
Ningún mundano podría entenderlo o tratarlo.”
Diana intercambio una mirada
preocupada con Julian. “Bueno, hay varias opciones que podríamos barajar. Te
dejaremos solo, Arthur, y ya hablaremos de ello. Sabemos lo importante que es
tu trabajo.”
“Si,” murmuró el tío de Julian. “Mi
trabajo…” Y se inclinó de nuevo sobre sus papales, se olvidó de Diana y Julian
en un instante. Julian siguió a Diana fuera de la habitación, no podía dejar de
pensar en el consuelo que su tío encontraba en las viejas historias de dioses y
héroes de una época anterior al mundo, era como taparse los oídos, negándose a
escuchar el sonido de la música de las sirenas para evitar la locura.
Al pie de las escaleras, Diana se
volvió hacia Julian y habló suavemente. “Tienes que ir al Mercado de las
Sombras, esta noche.”
“¿Por qué?” dijo Julian. El
Mercado de las Sombras estaba fuera de los límites de los nefilim, a menos que
estuvieran en una misión y los cazadores de sombras deberían ser mayores de
edad. “¿Contigo?”
Diana negó con la cabeza. “No
puedo ir allí.”
Julian no preguntó. Era un hecho
que Diana tenía secretos y que Julian no podía presionarla para saberlos.
“Pero habrá brujos,” dijo ella. “Que
no conocemos y que se mantendrán callados por un precio. Que no conocerán tu
rostro. Y hadas. Después de todo esta locura ha sido causa por ellas, aunque no
es normal. Quizás ellas saben cómo revertirlo.” Guardó silencio durante un
momento, pensando. “Llévate a Kit contigo,” dijo ella. “Sabe acerca del Mercado
de las Sombras mejor que cualquier otra persona a la cual podríamos preguntar y
los subterráneos confían en él.”
“Solo es un niño,” objetó Julian.
“Y no ha salido del Instituto desde que su padre murió.” Fue asesinado, realmente. Desgarrado a pedazos delante de sus ojos.
“Podría ser duro para él.”
“Tendrá que acostumbrarse a que
las cosas son duras,” dijo Diana, su expresión no titubeó. “Es un cazador de
sombras ahora.”
3
Donde habitan los Ghouls
Había un tráfico terrible, que
para Julian y Kit significo tardar una hora de ir a Malibú a Old Pasadena. Durante
el tiempo que tardaron en encontrar aparcamiento, Julian tuvo un fuerte dolor
de cabeza, Kit tampoco colaboró, porque apenas había dicho una palabra desde
que habían dejado el Instituto.
Incluso después de la puesta del
sol, el cielo en el oeste seguía cubierto de plumas de color carmesí y negras.
El viento soplaba desde el este, lo que significaba que incluso en el centro de
ciudad se podía respirar el olor del desierto: la arena, los cactus y coyotes,
el aroma de la salvia.
Kit salió del coche en seguida
que Julian apagó el motor, como si no pudiera soportar pasar más rato a su
lado. Cuando pasaron la salida de la autopista que iba a la vieja de los Rooks,
Kit preguntó si podía ir, para coger algo de su ropa. Julian dijo que no, no
era seguro, especialmente de noche. Kit lo miró como si Julian le hubiera
puesto un cuchillo en la espalda.
Julian estaba acostumbrado a las
suplicas, las malas intenciones y protestas de alguien que le odiaba. Tenía
cuatro hermanos menores. Pero había algo especial en la mirada de Kit. Lo decía
totalmente en serio.
Ahora, cuando Julian cerró el
coche detrás de ellos, Kit emitió un resoplido. “Te ves como un cazador de
sombras.”
Julian se miró a sí mismo. Jeans,
botas, una chaqueta vintage que había sido regalo de Emma. Como las runas de
glamour no eran de gran utilidad en el Mercado, había tirado de la manga para
esconder la runa de clarividencia y levantó el cuello de la chaqueta para
ocultar las demás marcas, para que así no le echarán un vistazo.
“¿Qué?” dijo él. “No puedes ver
ninguna marca.”
“No necesitas hacerlo,” dijo Kit
con aburrimiento. “Te ves como un policía. Todos vosotros siempre os veis como
los policías.”
El dolor de cabeza de Julian se
intensificó. “¿Alguna sugerencia?”
“Déjame ir solo,” dijo Kit. “Me
conocen, confían en mí. Contestarán mis preguntas y me venderán lo que quiera.”
Extendió la mano. “Necesitaré un poco de dinero, claro.”
Julian lo miró con incredulidad.
“No pensante eso realmente, ¿verdad?”
Kit se encogió de hombro y retiró
la mano. “Podría haber funcionado.”
Julian empezó a caminar hacia el
callejón que conducía a la entrada del Mercado de las Sombras. Solo había
estado allí una vez, hace años, pero lo recordaba bien. El Mercado de las
Sombras había surgido después de la Paz Fría, para los subterráneos era un modo
de hacer negocios lejos de las nuevas leyes. “Así que, déjame adivinar. ¿Tu
plan era pedirme algo de dinero, fingir que ibas al Mercado de las Sombras, y
coger un autobús para salir de la ciudad?”
“En realidad, mi plan era cogerte
algo de dinero, fingir que iba al Mercado de las Sombras e ir al Metrolink
(9),” dijo Kit. “Tienen trenes que se van de la ciudad ahora. El desarrollo, lo
sé. Debes intentar estar actualizado para estas cosas.”
Julian se preguntó cómo
reaccionaría Jace si estrangulaba a Kit. Pensó en expresarlo en voz alta, pero
habían llegado al final del callejón, donde había una luz. Cogió a Kit por el
brazo y los impulsó a ambos.
Emergieron al otro lado de la
luz, al corazón del Mercado. La misma luz por la que pasaron borró las
estrellas del cielo. Incluso la luna parecía una cáscara pálida.
Julian seguía agarrando el brazo
de Kit, pero este no hizo ninguna señal de huir. Miró a su alrededor con
melancolía, para Julian era difícil recordar que Kit tenía la misma edad que
Ty. Sus ojos azules - claro y de color celeste, sin los matices verdes que
caracterizaban a los Blackthorns - observaban el Mercado, absorbiéndolo.
Las luces de las antorchas se
encendieron formando una hilera de luces de colores oro, azul y verde venenoso.
Las enredaderas de flores más sofisticadas y del olor más dulce con flores
blancas de adelfa o jacarandá caían en cascada por los lados de los puestos.
Los hermosos chicos y chicas faerie bailaban al son de los instrumentos de caña
y flautas. En todas partes las voces gritaban para que fueran a comprar, comprar. Las armas estaban en exhibición, como
las joyas, los viales de pociones y los polvos.
“Por aquí,” dijo Kit tirando del
agarre del brazo de Julian.
Julian lo siguió. Podía sentir
los ojos encima de ellos, se preguntaba si Kit tenía razón: parecía un policía
o la versión sobrenatural, da igual. Era un cazador de sombras, siempre había
sido un cazador de sombras. Uno no podía cambiar quien era.
Llegaron a uno de los bordes del
Mercado, donde la luz era más tenue y era posible ver las líneas blancas
pintadas en el suelo, revelando que por el día este lugar era un parking.
Kit se acercó al puesto más
cercano donde una mujer faerie estaba sentada frente un cartel que anunciaba
adivinanzas y pociones de amor. La faerie levantó la vista con una sonrisa
radiante mientras se acercaba.
“¡Kit!” exclamó ella. Vestía un
vestido de retales blanco que acentuaba su piel azul pálida y sus orejas
puntiagudas se vislumbraban a través del pelo lavanda. Cadenas de oro y plata delgadas
colgaban de su cuello y muñecas. Miró a Julian. “¿Qué está haciendo él aquí?”
“No pasa nada con el nefilim,
Hyacinth,” dijo Kit. “Yo respondo por él. Sólo quiere comprar unas cosas.”
“Lo que dicen todos,” murmuró. Le
lanzó una mirada astuta a Julian. “Eres muy guapo,” dijo ella. “Tus ojos son
casi de mismo color que los míos.”
Julian se acercó a la parada.
Este era un momento en el que deseaba ser bueno en el coqueteo. Pero no lo era.
Nunca había sentido en su vida un destello de deseo por ninguna chica que no
fuera Emma, así que el coqueto era algo que nunca había aprendido a hacer.
“Estoy buscando una poción que
pueda curar la locura en un cazador de sombras,” dijo él. “O al menos que
detenga los síntomas por un tiempo.”
“¿Qué tipo de locura?”
“Fue atormentado en las Cortes,”
dijo Julian con sinceridad. “Su mente está rota por las alucinaciones y
pociones que le obligaban a tomar.”
“¿Un cazador de sombras
enloqueció a causa de las hadas? Oh mi,” dijo ella con un tono de escepticismo.
Julian empezó a explicar lo que le pasaba a su tío Arthur, pero sin usar su
nombre: su situación y condición. El hecho de que sus períodos de lucidez
vinieran y fueran, de que a veces sus estados de ánimo lo hacían sombrío y
cruel. Que reconocía a su familia en breves momentos. Describió la poción que
hacia Malcolm para Arthur, cuando confiaban en él y pensaban que era su amigo.
Sin mencionar en ningún momento
el nombre de Malcolm.
La mujer faerie meneó la cabeza
cuando terminó. “Deberías preguntar a un brujo,” dijo ella. “Hacen tratos con
los cazadores de sombras. Yo no. No tengo ningún deseo de entrar en conflicto
con las Cortes o la Clave.”
“Nadie tiene por que saberlo,”
dijo Julian. “Te pagaré bien.”
“Niño.” Se escuchaba la pena en
su voz. “¿Crees que puedes guardar secretos en el Mundo de los Subterráneos?
¿Crees que el Mercado no ha estado hablando de la caída de del Guardián y la
muerte de Johnny Rook? ¿Del hecho que ya no tenemos un Gran Brujo? La
desaparición de Anselm Nightshade, aunque era un hombre horrible…” sacudió su
cabeza. “Nunca deberías de haber venido aquí,” dijo ella. “No es seguro para
ninguno de los dos.”
Kit parecía desconcertado. “Te
refieres a él,” dijo él señalándolo a Julian con una inclinación de cabeza. “No
es seguro para él.”
“Tampoco para ti, niñito,” dijo
una voz áspera detrás de ellos.
Ambos se dieron la vuelta. Un
hombre bajito estaba enfrente de ellos. Estaba pálido como el color de una
escayola que le daba a su piel un tono enfermizo. Vestía un traje de lana gris
de tres piezas, debía estar teniendo calor con el clima cálido. Su pelo y barba
eran oscuros y estaban bien cortados.
“Barnabas,” dijo Kit parpadeando.
Julian noto como Hyacinth se encogía levemente en su parada. Una pequeña
multitud se había reunido detrás de Barnabas.
El hombre bajito dio un paso al
frente. “Barnabas Hale,” dijo él dándole la mano. En el momento en que sus
dedos se cerraron alrededor de Julian, sintió como sus músculos se apretaban.
Sólo la afinidad de Ty por los lagartos y las serpientes, y el hecho de que
Julian había tenido que sacarlos del Instituto y dejarlos en la hierba una vez
más, le impidieron apartar la mano.
La piel de Barnabas no estaba
pálida: Era una red de escamas blanquecinas superpuestas. Sus ojos eran
amarillos, y Julian los miraba con diversión, como si esperara que él fuera el
primero en apartar la mano. Las escamas eran como piedras lisas y frías contra
la piel de Julian; no eran viscosas, pero sentía que deberían serlas. Julian
sostuvo su mano durante unos momentos más antes de soltarlo.
“Eres un brujo,” dijo él.
“Nunca dije lo contrario,” dijo
Barnabas. “Y tu eres un cazador de sombras.”
Julian suspiró y se recolocó la
manga en su lugar. “Supongo que no tenía mucho sentido ocultarlo.”
“Ninguno en absoluto,” dijo
Barnabas. “La mayoría de nosotros puede reconocer a un nefilim a simple vista,
y además, el joven señor Rook ha sido la comidilla de la ciudad.” Miró a Kit
con sus pupilas hundidas. “Siento lo de tu padre.”
Kit lo aceptó con una ligera
inclinación de cabeza. “Barnabas posee el Mercado de las Sombras. Al menos es
el dueño de la tierra en que se encuentra el Mercado, y cobra el alquiler de
los puestos.”
“Es verdad,” dijo Barnabas. “Así
que entenderás que estoy hablando en serio cuando os pido que os vayáis los
dos.”
“No estamos causando ningún
problema,” dijo Julian. “Hemos venido aquí por negocios.”
“Los nefilims no «hacen
negocios»
en el Mercado de las Sombras,” dijo Barnabas.
“Creo que los encontrarás
haciéndolo,” dijo Julian. “Un amigo mío compro flechas aquí no hace mucho.
Resultaron envenenadas. ¿Alguna idea acerca de esto?”
Barnabas le dio con su dedo
regordete. “Esto es lo que quiero decir,” dijo él. “No se pueden apagar,
incluso si lo quieres, este pensamiento te provoca hacer preguntas y hacer las
reglas.”
“Ellos hacen las reglas,” dijo
Kit.
“Kit,” dijo Julian susurrando por
lo bajo. “Esto no ayuda.”
“Un amigo mío desapareció el otro día,” dijo Barnabas. “Malcolm Fade. ¿Alguna
idea acerca de esto?”
Había un zumbido que provenía de
la multitud. Julian abría y cerraba las manos a los lados de su cuerpo. Si
estuviera aquí solo, no estaría preocupado - habría pasado entre la multitud
con bastante facilidad y hubiese ido al coche. Pero tenía que proteger a Kit,
esto iba a ser difícil.
“¿Ves?” demandó Barnabas. “Por
cado secreto que piensas que sabes, nosotros sabemos otro. Se lo que pasó con
Malcolm.”
“¿Sabes lo que hizo?” preguntó
Julian cuidadosamente, controlando su voz. Malcolm había sido un asesino, había
causado una masacre. Mató a subterráneos así como a mundanos. Los Blackthorns
no podían ser culpados por su muerte. “¿Sabes por qué sucedió?”
“Lo único que veo es otro
subterráneo, muerto en las manos de los nefilim. Y Anselm Nightshade, también,
encarcelado por un poco de magia simple. ¿Qué es lo siguiente?” Escupió en el
suelo al lado de sus pies. “Hubo un tiempo en el que toleré los cazadores de
sombras en el Mercado. Estaba dispuesto a aceptar vuestro dinero. Pero eso
termino.” La mirada del brujo se deslizó hacia Kit. “Vete,” dijo él. “Y llévate
a tu amigo nefilim contigo.”
“Él no es mi amigo,” dijo Kit.
“No soy igual que ellos, soy igual que tu…”
Barnabas estaba sacudiendo la
cabeza. Hyacinth estaba mirándolos, sus manos azules acurrucadas bajo su
barbilla con sus ojos abiertos.
“Un tiempo oscuro está llegando
para los cazadores de sombras,” dijo Barnabas. “Un tiempo terrible. Su poder
será destruido, arrojado contra el suelo, y vuestra sangre correrá como el agua
a través de los ríos del mundo.”
“Es suficiente,” dijo Julian
bruscamente. “Deja de intentar de asustarlo.”
“Pagaréis por la Paz Fría,” dijo
el brujo. “La oscuridad se está acercando, y tu estas advertido, Christopher
Herondale, de permanecer lejos de los Institutos y de los cazadores de sombras.
Escóndete como lo hizo tu padre, y el padre de tu padre. Sólo entonces estarás
a salvo.”
“¿Cómo sabes quién soy?” demandó
Kit. “¿Cómo sabes mi nombre verdadero?”
Era la primera vez que Julian
escuchaba que admitía que Herondale era
su verdadero apellido.
“Todo el mundo lo sabe,” dijo
Barnabas. “Es de lo que se ha estado hablando en el Mercado estos días. ¿No
viste a todo el mundo mirándote cuando llegaste?”
Así que no habían estado mirando
a Julian. O al menos no solo a Julian. No era de mucho consuelo, pensó Jules,
no cuando Kit tenía esa expresión en su rostro.
“Pensé que podría volver aquí,”
dijo Kit. “Tomar el puesto de mi padre. Trabajar en el Mercado.”
Una lengua bifurcada se asomó por
los labios de Barnabas. “Nacido como un cazador de sombras, te hace siempre ser
un cazador de sombras,” dijo él. “No puedes lavar la mancha de tu sangre. Te lo
diré por última vez chico - vete del Mercado. Y no vuelvas.”
Kit retrocedió, mirando a su
alrededor - viendo como si fuera la primera vez los rostros volteados hacia él,
muchos de ellos perplejos y hostiles, otros con curiosidad.
“Kit-” Julian empezó a extender
una mano.
Pero Kit huyó.
Le tomó unos pocos momentos atrapar
a Kit - el chico no era bueno tratando de huir; sólo había empujado a ciegas a
las personas de la multitud, sin ningún destino. Se había acercado a un puesto
enorme que parecía estar medio destrozado.
Era sólo un entramado de tablas
ahora. Parecía que alguien lo hubiese destrozado con las manos. En el asfalto
estaban esparcidos trozos de madera. Un cartel colgaba torcido en la parte
superior del puesto con las palabras impresas ¿PARTE SOBRENATURAL? NO ESTÁS
SOLO ¡LOS SEGUIDORES DEL GUARDÍAN QUIEREN QUE SE INSCRIBAN PARA LA LOTERÍA DE
FAVOR! ¡DEJA LA SUERTE EN TU VIDA!
“El Guardián,” dijo Kit. “¿Era
Malcolm Fade?”
Julian asintió.
“Él fue el que consiguió que mi
padre se involucrara en esas cosas de los Seguidores y el Midnight Theater
(10),” dijo Kit, su tono era casi pensativo. “Fue culpa de Malcolm que él
muriera.”
Julian no dijo nada. Johnny Rook
no había sido el mejor, pero el padre de Kit. Sólo tienes un padre. Y Kit no estaba
equivocado.
Kit se movió, golpeando con su
puño tan fuerte como puedo contra el cartel. Se estrelló contra el suelo. El
momento antes de que Kit retirara el puño, hizo una mueca de dolor, Julian vio
un destello del cazador de sombras que había en él. Si el brujo no estuviera
muerto ya, Julian creía sinceramente que Kit podría haber matado a Malcolm.
Una pequeña multitud los había
seguido desde el puesto de Hyacinth. Julian puso una mano en la espalda de Kit,
y Kit no se movió para quitársela de encima.
“Vámonos,” dijo Julian.
(1) Mayal: es un arma, formada por
una bola de metal que tiene pinchos en su superficie, esta bola está sujeta a
una cadena, y la cadena está sujeta a una vara.
(2) Luceros del alba: es un arma, concretamente un tipo de maza. La
bola está formada por clavos o púas.
(3) Cabujón: estilo de talla de
gemas, es como una gema o piedra pulida de forma redondeada.
(4) Machaera griega: un arma para
cortar, fuera un cuchillo o una espada.
(5) Viking spatha: espada estrecha y
larga.
(6) Zweinhänder: es una gran espada
usada principalmente en la época renacentista. Conocida en el español con el
nombre Mandoble.
(7) Bokken: espada de madera usada
para el entrenamiento, a veces tiene el mismo tamaño y forma que las katanas.
(8) Kentarchs: Centuriones.
(9) Metrolink: estación de tren en Los Ángeles.
(10) Midnight Theater: Teatro de Medianoche.
(8) Kentarchs: Centuriones.
(9) Metrolink: estación de tren en Los Ángeles.
(10) Midnight Theater: Teatro de Medianoche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario