martes, 14 de junio de 2016

Escenas eliminadas de Violet y Finch de Jennifer Niven

¡Buenas tardes!

He sacado un poco de tiempo, para vosotros/as (beso, beso, beso, muchos besos) y también lo he hecho para mí, necesito desconectar un poco. 

Estaba en Goodreads y he visto que Jennifer Niven, la autora de Violet y Finch, ha publicado unas escenas eliminadas de este mismo libro y como no era muy largo, he decido traducirlo, para todas aquellos que amen este libro, a mí me gusto mucho, aquí os dejo la reseña: Violet y Finch.

¡No me enrollo más y os dejo disfrutar!

PD: He pensando que si alguno/a de vosotros/as quiere algún capítulo, adelanto o escenas eliminadas de algún libro, traducidos, se ponga en contacto conmigo en Goodreads (enviando una petición de amistad, que aceptaré encantada para que así podamos hablar) o Twitter (siguiéndome y luego nombrándome en un tweet, para así poder seguirle de nuevo y poder hablar.).



Violet
20 de septiembre

Los lugareños lo llaman Carpenter’s Cemetery, pero nosotros preferimos el nombre que le dio el Sr. Iver: Cien Pasos. No parece mucho, sólo es un viejo y abandonado cementerio en la ladera de la colina en las afueras de Brazil, Indiana. La escalera es larga y ancha y está hecha de piedra agrietada que se desmorona. Las malas hierbas crecen a través de las grietas. Estamos en la parte de abajo y miramos arriba. Somos los únicos aquí.

Theodore Finch dice, “Técnicamente deberíamos estar haciendo esto en la medianoche, pero ya que tienes que estar a casa antes de que oscurezca y nos tomar alrededor de dos horas volver, tendremos que hacerlo así.”

A pesar de que afuera el ambiente es cálido con la luz del día, tiemblo, y él toma mi mano.

“¿Podemos caminar juntos?”

Él dice, “Tal vez si nos contamos a nosotros mismos. Creo que este es todo el conteo, Ultravioleta.”

Nos ponemos en marcha, uno al lado del otro. La leyenda dice que se tiene que contar cada paso a medida que se va subiendo. Al llegar a la parte superior, hay las lápidas y está el campo, y deberías ver el fantasma que cuida este sitio, y este te enseñará tu muerte. Después de que desaparezca, bajas las escaleras, contando de nuevo. Si obtienes el mismo número de cuando subiste, estarás bien. Pero si los números no coinciden, la visión se hará realidad, incluso quizás esa misma noche.

Estoy contando en mi mente, hasta llegar a la cima, donde mis pies se desvanecen en la hierba. Me detengo, pero Finch sigue adelante, por lo que sigo adelante también, seguimos hasta donde podemos, recorremos los últimos pasos y entonces estamos en la cima de la colina, es un área herbosa y amplia con lápidas derribadas, excepto una, que está delante del monumento de Washington.

“Monolito”, dice. “Esto, Ultravioleta, es un monolito. Mejor conocido como obelisco”.

La palabra me hace reír o tal vez río porque estoy nerviosa. Trato de no pensar en Eleanor y la muerte y el accidente. Quiero cerrar los ojos por si acaso el cuidador aparece.

Finch también se ríe, pero la suya es más contenida. Él dice, “Creo que debemos ser respetuosos con los muertos para que el cuidador aparezca.”

Esperamos y esperamos, y todo el tiempo estoy pensando, Por favor, que no venga el cuidador. Y de repente me río una vez más de la palabra «obelisco», Finch está cantando en voz baja, buscando una palabra que rime con ella. Caminamos en todas las direcciones, pero lo único que hay es la brisa suave que se agita entre nosotros.

Finch dice, “¿Te has preguntado alguna vez acerca de todas estas historias?” Mirando hacia abajo, a las lápidas. “Cada persona de este cementerio estuvo vivo alguna vez. Tenían esperanzas, sueños y familias. Fueron odiados, queridos. Hicieron cosas embarazosas, estúpidas. Tal vez algunas de ellas eran viles y otras tal vez fueron buenas acciones, y ahora aquí están, y todo lo que sabemos de ellos ahora, es cuando nacieron y murieron, pero no sabemos nada del intermedio.”

“Intermedio,” repito.

“Allí está todo lo importante. Las cosas buenas. Aquí esta Harvey S. Webb. Tenía cuarenta y un años cuando murió.”

Seguimos mirando hacia abajo a Harvey S. Webb, nacido en 1898, muerto en 1939. Su lápida está rodeada por una cerca de metal oxidado, mide unos sesenta y un centímetros. La puerta de la verja se abre chirriando en la brisa. Este extraño sonido me pone la piel de gallina.

Me olvido del cuidador. Me olvido de mi hermana, nacida hará diecinueve años, que murió el año pasado y digo, “Me preguntó cómo murió.”

“Vamos a darle una historia. Después limpiaremos su tumba y las demás que nadie visita, excepto los chicos como nosotros que buscan un fantasma.”

Así que vamos de tumba en tumba y Finch llena los espacios en blanco y los intermedios. A cada persona le damos una historia, unas divertidas, algunas tristes, y después nos dejamos caer en el suelo donde retiramos las malas hierbas que rodean las tumbas y les devolvemos el aspecto que perdieron. En algún momento Finch desaparece y cuando vuelve, está llevando flores.

“¿Dónde encontraste esto?”

Él sonríe, sacudiendo el pelo de sus ojos. “Generalmente, puedes encontrar lo que buscas cuando pones empeño en ello, Ultravioleta. Y digamos que las he visto en un campo cuando aparcamos el coche.”

Me da la mitad de las flores y vamos recorriendo el cementerio, poniendo las flores sobre las tumbas. Pienso, Supongo que al final solo queda esto.

Cuando terminamos, el cielo esta de color oro y rosa. Bajamos las escaleras dándonos la mano, cuento de nuevo. En realidad no creo en los fantasmas, pero me siento aliviada cuando me sale el mismo número que antes. “Me ha salido cien, en ambas ocasiones,” digo, mientras me protejo los ojos y le miro.

Su cara es difícil de leer. “A mí también,” dice él. “Cien subiendo y bajando.”


Una vez más me dirige a la puerta, una vez más me sonríe, y una vez más no me besa. Estamos aquí y si no fuera medianoche, le diría que me besará, pero la casa está oscura y sé que mis padres están en la cama, esperando a que entre en casa. 

“Me gustaría invitarte a dentro”. Y lo digo en serio.

“Pero es tarde.”

“Lo es.”

“Ultravioleta. Podría estar toda la noche despierto contigo.”

Ningún chico nunca me ha dicho cosas así, igual que ningún chico ha pasado toda la tarde conmigo en un cementerio inventando historias. Puedo sentir como la calidez en mi cuerpo se expande.

Él dice, “Hay tantos lugares para ver. No sé cómo vamos a poder visitarlos todos.”

“Simplemente visitaremos todos los que podamos.”

“Me gustas Ultravioleta.”

“Tú también me gustas.”

“Pero no me gustas de la misma manera como Charlie Donahue o Brenda o mi hermana Kate.”

Me río y se escucha fuerte en la noche tranquila.

Él dice, “Mejor entra dentro antes de que saqué el mapa y te arrastre a Kokomo o a Fort Wayne.”

Espera a que este segura dentro de la casa antes de irse. Apoyada en la puerta, pienso Uh oh. ¿Y por qué ahora? ¿Y, es esto lo que se siente al enamorarse?

Des de arriba las escaleras mi mamá me llama, “¿Eres tu cariño?”

“Soy yo. Estoy en casa.” Cierro la puerta y miro por la mirilla, pos si acaso, pero él ya se ha ido.


Finch
20 de septiembre

La cuestión no es haber subido cien eslabones. Mientras subía las escaleras he contando noventa y ocho. Bajando he contado noventa y nueve. Esto no significa nada, y lo sé, pero tengo una sensación que no me puedo quitar.

En casa, nadie espera por mí. Las luces están encendidas en las habitaciones de Decca y de mamá, y la música sale por debajo de la puerta de Kate. Casi llamó a su puerta. Podría entrar y contarle mi día y mantenerlo vivo un poco más de tiempo. Pero en vez de hacer eso, voy directamente a mi habitación y me cambio de ropa, tomo la guitarra, intentando tocar algo, pero lo dejo estar y me siento en la silla de delante del ordenador, la balanceo, es la única manera que tengo para componer.

20 de septiembre. Método: Ninguno. De una escala de uno a diez de que-tan-cerca-estuve: cero. Hechos: En 2008, un hombre en Six Flags Over Georgia dejó caer su sombrero en una montaña rusa.  Después de que la atracción terminara, saltó dos vallas para ir a recogerlo, y la montaña rusa llegó y le golpeo en la cabeza. Yo a esto le llamó una maldita ironía. Hechos relacionados: El Euthanasia Coaster no existe realmente. Pero si lo hiciera, sería un trayecto de tres minutos que tendría una subida de quinientos treinta y seis metros de largo, de hasta cuatrocientos ochenta y siete metros, seguido de una caída en picado y siete bucles. El descenso final serían una serie de bucles de sesenta segundos, pero los 10 N resultan trescientos cincuenta y ocho km/h que es lo que te mata.

Dejo de escribir.

Es difícil concentrarse porque mi piel se siente –en el buen sentido– fuera de sí, es la mejor descripción que tengo. Me rasco un brazo y luego otro, se extiende por encima de la cabeza, sube, se va moviendo, se queda quieto.

Escribo un poco más.

Lo dejo de nuevo. Me rasco, se extiende, sube, se va moviendo, se queda quieto.

Escribo.

Paro.

Bajo las escaleras.

Agarró las llaves.

No dejo una nota, porque nadie me va echar en falta. 


Dos horas más tarde, El Pequeño Bastardo y yo estamos de vuelta a Brazil, de vuelta a los Cien Pasos, donde subo escaleras contando y bajo escaleras contando. El aire se siente muerto como Harvey S. Webb. Las flores que pusimos Violet y yo siguen encima de las tumbas.

Estoy rodeado de la etérea e inminente muerte de las personas muertas que ahora no son nada, solo son fragmentos de huesos enterrados profundamente en la tierra. Subo, bajo, arriba y abajo, hasta que finalmente me sale el mismo número: cien. De acuerdo, quizás he hecho trampas, voy arriba y abajo una vez más y esta vez no me engaño, ni siquiera un poco, cuento cien.

Julijonas Urbona, el hombre que ideó la Euthanasia Coaster, afirma que está diseñada para “humanamente – con elegancia y euforia – tomar la vida de un ser humano”. Los 10 N crea una fuerza centrífuga suficiente en el cuerpo para que la sangre se precipite hacia abajo en lugar de ir al cerebro, lo que causa una hipoxia cerebral que es lo que te mata.

Estoy en la parte inferior de esta quebrada escalera, en la noche negra de Indiana, bajo un techo de estrellas, y pienso en la frase “elegancia y euforia,” y describe exactamente como me siento cuando estoy con Violet.

Por una vez, no quiero ser nadie más que Theodore Finch, el chico que ella ve. Él que entiende lo que es ser elegante y eufórico y a un centenar de personas diferentes, la mayoría de ellos imperfectos y estúpidos, un poco gilipollas, un poco caballerosos, un poco jodidos, un poco raros, un chico que quiere ser sencillo para que la gente no se preocupe por él y sobre todo, para que sea más sencillo para él. Es exactamente lo que quiero ser y lo quiero que mi epitafio diga: el chico que ama a Violet Markey. 


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